Ennio Morricone. En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida

22/10/2018 - Ferran Riera
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Todos los calificativos se quedan cortos a la hora de valorar la ingente obra de Ennio Morricone (Roma, 1928), autor, según mi modesta opinión, de algunas de las bandas sonoras más grandes de la historia del cine y, por extensión, de la música contemporánea en general, ya que yo también pienso que, actualmente, a los grandes compositores hay que buscarlos en el cine, o en el teatro musical.
morricone

Dicho esto, al leer este libro, que en realidad es una larga entrevista realizada por otro músico que podría ser su nieto, Alessandro de Rossa (Milán, 1985), me he encontrado con una sensación más bien contradictoria, puesto que por un lado, como me esperaba, he podido reconocer al autor de grandes melodías asociadas a películas por todos conocidas y visionadas mil veces, firmadas por directores como Gillo Pontecorvo, Per Paolo Passolini, Sergio Leone, Bernardo Bertolucci, Giusseppe Tornatore, Roland Joffé,  Brian de Palma o Quentin Tarantino, por citar sólo unos pocos de los que han trabajado con él. Pero al lado de este autor popularísimo, he descubierto a un genio que distingue entre la “música aplicada” y la “música absoluta”, entendiendo por la primera acepción las composiciones dirigidas al cine, al teatro o la televisión, y por la segunda, las que no necesitan soporte alguno y se pueden valer por sí mismas. Y ahí es donde aparece el músico experimental que trabajó con el Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza, además que llevar a cabo muchos otros proyectos en solitario. Y, francamente, para asimilar lo que se explica en esa segunda parte del libro, hay que saber mucho de música, de la clásica y de la moderna. Se diría que incluso es necesario haber aprendido solfeo para acabar de pillar el sentido de todas las palabras que destilan los dos conversadores.

Por eso yo, entre tanta información -el libro tiene más de medio millar de páginas- prefiero quedarme con algunas de las más de 500 bandas sonoras compuestas por el maestro -en su época más fértil llegó a escribir una veintena al año- y recordar cómo, siendo un niño, me emocioné al descubrir en “El bueno, el feo y el malo” que la música podía ser una de las principales protagonistas de una película, o como aluciné al ver que en “Hasta que llegó su hora” cada personaje tenía su propia música. Más tarde, también comprobé cómo se podía utilizar con gran acierto la raíz tradicional en “Novecento” o en “La misión”. Por no citar su faceta de arreglista, que me volvió a dejar de piedra con su versión de “Amapola” en “Érase una vez en América”. Y así podría pasarme horas y horas…

Malpaso Ediciones, 2017

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