Teatro Fernan gómez, Madrid
Fotos de María Ramos
Hace poco más de un mes que Vinicio Capossela presentó Ballate per uomini e bestie su undécimo trabajo de estudio que no iniciará su gira hasta octubre de 2019 y del que apenas ha realizado seis presentaciones en las librerías italianas Feltrinelli.
Esta gira a la que todavía le quedan muchos meses para arrancar, estará precedida de una serie de conciertos en lugares simbólicos. Hasta el momento se han realizado cuatro de ellos en el Castello Caetani de Sermoneta, en el Palazzo Giardino Giusti y en el Teatro Romano de Verona y en el Reggia Ducale de Colorno (Parma).
En mitad de esta cuidada y poética presentación de Ballate per uomini e bestie, Vinicio Capossela ha recalado en Madrid para participar en el Músicas del Mundo Madrid (mmm19) que estos días se celebra en el Teatro Fernando Fernán Gómez. Una actuación fuera del programa oficial de presentación de este nuevo trabajo y diseñada con mimo exclusivamente para el mmm19, presentando algunas piezas preparadas únicamente para la ocasión.
La voz de Lara López abrió el concierto, trayendo algo de la brisa del mar a esta tarde de fuego. Acompañado por dos guitarristas que desplegaron sobre el escenario todo un universo de instrumentos de cuerda, la ola de calor climática e institucional que nos invade también pesó en el arranque con Capossela refugiado tras el teclado del piano y las baladas. Como un adolescente repeinado al que se lleva a una fiesta familiar, el cantautor italiano trataba de mostrarse contenido y formal. Unos pies irrefrenables y unos calcetines rojos lo delataban bajo el piano. El lobo tenía ganas de salir a escena. Tardó, pero lo hizo, y cuando salió ya no hubo fuerza humana que pudiera contenerlo.
En plena lucha con una capa de lo que parecían plumas, abandonó el piano para tomar el acordeón. En sus manos se convierte en un instrumento con tanta verdad como los lamentos del hambre. El trío se convirtió en quinteto con la aparición de bajo y trompeta y lo que era un banquete formal se convirtió en el baile festivo de una boda antigua en el que hasta fue capaz de fusionar I Maccaroni de Matteo Salvatore con el Knockin’ On Heaven’s Door de los Guns N’ Roses. Chi muore muore, chi campa campa, e un Piatt de Macaronade avec la carna!, una de las canciones más tristes compuestas jamás se convierte en un himno de taberna y de honor al hambre antigua. El cantautor formal que nos habían presentado se convirtió en poeta fantasmagórico y único, un alma errante capaz de condensar bajo su piel los sonidos de la tierra que pisa. Hombres y bestias pisando los mismos caminos.
Para los primeros bises, la imprescindible, coreada y bella Che cossè il amor y una versión a lo Caposella de Si è spento il sole de Adriano Celentano dedicada al gran Tonino Carotone, por allí presente. Y si todavía podía girar más la noria del mundo, lo hizo, para que Vinicio Caposella realizara una sentida versión de Chavela Vargas en Las simples cosas, porque “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas”.
Casi dos horas de un concierto pensado y creado para este ciclo, lo cual se agradece ante tanto producto en serie.
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