Centro Cultural Kirchner. Buenos Aires
En El espantoso redentor Lazarus Morell, uno de los cuentos que integran su Historia universal de la infamia, Jorge Luis Borges –con su característico sarcasmo- califica al clásico cubano El manisero como una “deplorable rumba”. Tal vez se refería más a la letra que a la música de la canción, no lo sabemos. Sea como fuere, si el escritor hubiese escuchado la versión de ese tema que el pianista cubano Gonzalo Rubalcaba tocó al final de su presentación en la sala La ballena azul, seguramente habría cambiado de opinión. Lo que el cubano logra hacer con una melodía tan simple como la de El manisero es sencillamente increíble. Porque allí donde aflora su “cubanismo” es cuando Rubalcaba llega más al corazón de la audiencia. Para ratificarlo, allí cerca estuvo su primer bis, Bésame mucho, ese bolero inoxidable de la mexicana Consuelo Velázquez –al que el caribeño definió como “un himno de la canción latinoamericana”– y que en su interpretación rozó casi lo sublime.
Que Rubalcaba es un pianista sumamente versátil no es ninguna novedad, como lo prueba el hecho de haber tocado con grandes músicos contemporáneos, no sólo de jazz sino de la música en general. Puede pasar sin sobresaltos de lo delicado a lo exuberante, pero sin perder musicalidad en ningún momento. Para su concierto en el Festival Piano Piano, en formato de solo piano, eligió tomar como base el repertorio de su disco Fe, el primero lanzado por su sello propio. Arrancó con dos piezas sutiles y fue adentrándose en su sonido más latino, donde recoge sus mejores frutos.
Recién después del tercer tema entró en confianza y se decidió a hablar con el público. Lo que dijo fue breve, pero sustancioso. Sobre todo cuando se refirió al enorme reto que implica hacer un solo piano para un pianista de jazz, más habituado a tocar en grupo y a dialogar con los otros instrumentos. Una dificultad que afrontaron casi todos los pianistas que vienen participando de este ciclo.
Con una discografía impresionante de más de veinticinco álbumes, Gonzalo Rubalcaba es –casi no hace falta decirlo– un músico exquisito y flexible, de una técnica soberbia y un maestro de la improvisación. Casi no deja rincón del teclado sin explorar, maneja impecablemente los trémolos y cruza con fluidez los puentes entre la música culta, la popular y los ritmos afrocubanos, escapándole a cualquier etiqueta. Su recital en la imponente sala principal del Centro Cultural Kirchner hipnotizó, emocionó, pero no llegó a conmover. Fue como una llovizna fina y delicada, pero sin relámpagos ni truenos.
Tres días más tarde, pero en el espacio más intimista de la Sala Argentina del mismo Centro Cultural, se presentaron dos pianistas de la misma generación, pero de distintos orígenes y estilos, ambos también en formato solo piano: el argentino Ernesto Jodos y a continuación el estadounidense Craig Taborn que ya venía de compartir escenario con otro argentino, Francisco Lo Vuolo, en el mismo ciclo.
Figura fundamental de la improvisación en la Argentina durante los últimos años, Jodos dirige la carrera de Jazz del Conservatorio Superior Manuel de Falla, tocó en diversas formaciones con las principales figuras del jazz local e integró un sorprendente dúo con su compatriota, el compositor y pianista Gerardo Gandini.
La suya no es una música fácil ni de melodías entradoras. Despojado, cerebral y casi minimalista, su fuerte es decididamente la improvisación.
Más que componer, trabaja sobre plataformas y situaciones escritas para ser terminadas en el momento de tocar, que por momentos coquetean con el atonalismo. En su set se concentró sobre unas pocas notas que repitió con ligeras variaciones, logrando un sonido por momentos obsesivo, donde quizás se echó de menos el swing que caracteriza al jazz más tradicional.
Craig Taborn, en cambio, es un músico exuberante, ecléctico, casi pirotécnico. Su show fue una demostración de todo lo que se le puede extraer a un piano. Puede repetir durante varios minutos el mismo motivo en forma casi obsesiva, acompañarse golpeando sus pies contra el suelo, cruzarse de piernas, aporrear el teclado con el antebrazo o dejar colgando su brazo derecho, como buscando relajarlo, mientras continúa tocando con la mano izquierda.
Con un repertorio que giró en torno a su CD Avening Angel (ECM, 2011), Taborn exhibió todo el tiempo una técnica excepcional, pero por momentos su estilo espasmódico resultó apabullante, atosigando de notas al oyente y llegando a conducirlo a un terreno incómodo. Recién hacia la mitad del concierto afloró, como un respiro, un jazz más tradicional, con una refrescante brisa de Nueva Orleans. Pero ese remanso duró poco. Taborn regresó muy pronto a los climas tensos y a su predilección por cierto efectismo, resabio tal vez de sus experiencias con la música electrónica y su contacto con músicos enrolados en la vanguardia y no tanto de sus viajes musicales compartidos con James Carter, Brill Frisell o Dave Holland. Tanto Jodos como Taborn son dos pianistas inobjetables desde lo técnico. Pero lo que ambos mostraron esa noche se pareció más a lo que suele definirse como “música para músicos”.