Sala Clamores, Madrid
Estaba deseoso el público de la sala de Chamberí de reencontrarse con el peculiar estilo de Miguel Flores Quirós, y el cantaor curtido en miles de noches flamencas no le decepcionó. Frecuentemente encasillado (a veces no sin motivos) en su perfil festero, el saber hacer de este jerezano va mucho más allá de su innegable especialidad en los palos más rítmicos, siempre dentro de unas maneras muy propias, situadas en el polo opuesto a cualquier academicismo formal. Como él mismo expresó: “Yo no soy un artista de ordenadó, soy un artista de la vida”.
La excelente relación que guarda el Capu con este escenario pudo palparse desde el inicio, cuando comenzó a desgranar Un hombre le dijo a un sabio, uno de sus fandangos mas frecuentados, y llegó a su climax –como no podia ser de otra manera- cuando comenzó a pasearse entre tangos, rumbas y bulerías, como en la celebradísima La culpa, siempre bien apoyado por la equilibrada guitarra de Diego Amaya (sustituyendo al anunciado Niño Jero), la percusión de José Rubichi y el compás de Juan y Jesús Flores.
“Cuando me encuentro bien en un escenario, lo doy todo”, dice Capullo de Jerez, y así estaba frente a su público el pasado sábado, desabrochándose el alma y llenando de vida cada tema. Con su voz, su magnetismo, sus manos que van y vienen, su desparpajo, sus ojos desorbitados, su rostro siempre tan expresivo (“un cantaor que no se pone feo no canta bien”), sus momentos a palo seco, sus bailecitos, su autenticidad. Dándole otra dimensión a unas letras que eran, por lo general, de una gran simpleza.
Y tras su última pataíta, se marchó ovacionado con una sonrisa que no le cabía en la cara, sabedor de que sus fieles estarán esperando que vuelva otra vez por aquí. Y que comience la fiesta.
Textos y fotos: Sergio Zeni