Jamboree Jazz. Barcelona
Siempre tengo mis más y mis menos con la música de Paquito D’Rivera (La Habana, 1940). A favor de mis gustos, pesan su gran naturalidad para conectar con lo mejor del jazz afrocubano, su técnica impecable como instrumentista y su uso del humor, cercano al de su exjefe Dizzy Gillespie. En contra, una producción -muchas veces más pretenciosa que efectiva- de acercamiento a otros géneros musicales; su lenguaje, por momentos, demasiado recargado; y una incapacidad para hacer evolucionar el latin jazz más allá de cierto clasicismo. Con un poco de todo esto me encontré en la música que D’Rivera ofreció con su sexteto en el Jamboree Jazz.
Le acompañaron un grupo de cubanos residentes en Madrid: Pepe Rivero (piano), Manuel Machado (trompeta), “El Negrón” Reiner Elizarde (contrabajo), Georvis Pico (batería) y Yuvisney Aguilar (percusión). De ellos, solo Rivero intervino en la grabación de Jazz Meets The Classics (participó en tres de los once cortes del disco), registrado en directo en el Dizzy’s Club de Nueva York en junio de 2012.
El acercamiento a los clásicos desde el jazz latino no es algo nuevo para Paquito ni mucho menos, recordemos aquel Adagio de Mozart que el saxofonista arregló, ya en los setenta, desde las filas de Irakere. Tampoco para Pepe Rivero. Fue precisamente su álbum Los boleros de Chopin (2010) lo que animó a D’Rivera a emprender este proyecto.
El concierto abrió con una animosa lectura del Impromptu Fantasía, Opus póstumo 66 en do sostenido menor, una de las piezas más visitadas de Frédéric Chopin, en la que Paquito, al clarinete, deslizó sus primeros solos vertiginosos y Rivero enseñó su contrastada solidez. Otras adaptaciones de partituras clásicas fueron: Nocturno En La Celda (basada en el Nocturno Opus 9 Nº 2 de Chopin), incluida en el último disco de D’Rivera y, previamente, en el mencionado disco en trío de Rivero; una blusera aproximación a Mozart a través del segundo movimiento de su Concierto para clarinete (que al ser tocado “como se debe” demuestra, según un risueño Paquito, que este gran compositor no era de Salzburgo sino de Nueva Orleans); y un fragmento de la Suite Andalucía de Ernesto Lecuona, un autor que no podía estar ausente en el repertorio de este sexteto cubano.
Sin embargo, los puntos álgidos de la noche llegaron con las evocaciones a Gillespie: una Manteca poco innovadora pero con una carga afrocubana que fue de agradecer, una sentida I Remember Dizzy (de Paquito D’Rivera) y unas contagiosas citas de Salt Peanuts.
El sexteto respondió bien a la propuesta de un líder que enseñó una técnica incontestable, especialmente al clarinete. Brillaron especialmente el piano de Rivero y la percusión de Aguilar. El contrabajo de Elizarde aportó un sonido más rico y redondo que el del bajo eléctrico que escuchamos en el disco. Y la trompeta de Machado tuvo una participación más discreta que la desplegada por Diego Urcola en Jazz Meets The Classics, pero sus raíces cubanas le ayudaron a moverse con comodidad en el lenguaje propuesto por D’Rivera.
El álbum presentado no quedará seguramente entre lo más destacado de este habanero incansable. Figurará, presumiblemente, como un disco anecdótico más de Paquito (junto a sus poco trascendentes aproximaciones al tango o a la música popular brasileña), un ejercicio de estilo que, más allá de algunos pasajes interesantes, no posee la fuerza de sus trabajos empapados de cubanidad.
Foto: Paquito D’Rivera. © S.Z.