Notorius. Buenos Aires
Bianca Gismonti carga sobre sus hombros con un apellido ilustre. Con los pros y los contras que eso implica. Por un lado, no hay dudas de que la “marca” Gismonti atrae la atención de un determinado público. Por el otro, resulta casi imposible hablar de ella escindiéndola de la obra y de las influencias de su padre, el inefable Egberto Gismonti. Pero a ella todo eso parece no preocuparle. Más bien al contrario: se asume sin prejuicios como una continuadora natural del legado paterno y no intenta disimularlo. Así lo demostró en su presentación en Notorius, ese templo del jazz y la música brasileña de Buenos Aires con fachada de tienda de discos.
La ajustada base rítmica que aportaron Julio Falavigna a la batería y Antonio Porto (impecable tanto al bajo de seis cuerdas como al de cuatro) le brindó la tranquilidad necesaria para desplegar sus excelentes dotes de pianista. Como un colibrí que disfruta de las delicias de un jardín, las manos de Bianca vuelan, se posan y brincan sobre el teclado. Disfrutando de lo que hace sin urgencias, tomándose tiempo en cada pieza para ir y venir por un amplio paisaje de climas sonoros, pero siempre ligados por una tensión subyacente que mantiene la atención de la audiencia y no la suelta nunca. La artista posee, además, una voz delicada y de hermoso timbre. Pero la emplea como un instrumento más al servicio del conjunto, con tarareos casi murmurados -que comparte con su bajista- y que por momentos se acercan al scat del jazz; con la excepción de unos pocos temas donde canta la letra, como el inolvidable Agua de beber, de Jobim y Vinicius, del que ofreció una versión libérrima en solitario.
La formación de trío de jazz la pone en la órbita de ese género, pero la impronta brasileña está siempre presente, a veces en forma más explícita, como en el baión que da título a su último CD, Sonhos de nascimento; o en una samba inspirada en la muerte de Nelson Mandela, donde el trío ejecuta una batucada, pero a modo de réquiem.
En un concierto compacto y de nivel parejo, donde alternó temas de su último disco con anticipos del próximo a grabarse en diciembre, podríamos destacar, un poco arbitrariamente Ojos cerrados, una balada dulce y melancólica con un magnífico solo de piano; A luz sem o véu, de clima casi new age; o El primer cielo de Marina, una repetición del motivo principal con leves variaciones, capaz de mecer y transportar al oyente como una canción de cuna. Y por supuesto, dos composiciones de su padre en las que estableció un interesante juego de complicidades con el bajista. Al escuchar la efusiva repercusión que estos temas tuvieron entre el público, la artista comentó con humildad y en un castellano más que correcto: “Voy a decirle a mi padre que les gustaron las versiones”.
El bis de cierre, con A fala da paixão (de Egberto Gismonti), fue mucho más que un bonus track: una pieza ejecutada al piano en solitario que el público disfrutó en un silencio atronador y que bien podría figurar en un catálogo de música clásica.
La presencia entre el público de numerosos músicos de la escena local confirmó, como decíamos, que el apellido Gismonti atrae; pero Bianca demostró que, aún con la marcada influencia musical de su padre, vale por sí misma. Compone con mucho vuelo, toca bien y además es simpática ¿Qué más se puede pedir?
Fotos: Claire Petavy