Centre Artesanà Tradicionàrius. Barcelona
Tras editar su muy recomendable disco en directo en el Teatro Colón de Buenos Aires (concierto que hemos comentado aquí en Diariofolk) y participar en el WOMAD de Chile, el argentino emprendió una intensa gira europea: once conciertos en Francia, cinco en Polonia, Austria, Bélgica… Y al llegar a España –donde no es recibido muy a menudo (aunque ha participado en festivales como La mar de músicas y Pirineos Sur)– se presentó esta vez en Barcelona y Madrid. Lo hizo acompañado por dos de sus colaboradores habituales, el bonaerense Marcos Villalba (guitarra y percusión) y el santafecino Diego Arolfo (guitarra y voz), y por el joven violinista santiagueño Pablo Farhat.
Chango Spasiuk (Apóstoles, provincia de Misiones, 1968) es un gran renovador –junto a otros artistas– de la música del nordeste argentino. Un territorio en el que el chamamé se ha alimentado del legado de los guaraníes, de las enseñanzas barrocas de las misiones jesuitas y de las músicas de los inmigrantes del este europeo. Un rico universo sonoro que se extiende al Paraguay y al Brasil gaúcho del sur, en el que entran en juego la polka, el schotis, el vals, la kolomeika, la guarania, la galopa, el vanerão, la chamarrita, el bugio…
El concierto en el CAT abrió con la belleza dolorosa de Tristeza, composición de perfil camerístico muy característica de la etapa más reciente del acordeonista. En esta línea, empapada de un gran lirismo, alcanzó el lenguaje de Spasiuk sus cotas más altas. Otros buenos ejemplos, también en este sentido, fueron El camino; Mi pueblo, mi casa, la soledad; Mejillas coloradas, o esa introducción de Chamamé crudo en la que se lució el violín de Farhat.
Destacaron también los contagiosos temas instrumentales mas vinculados a los ritmos bailables de la música del Litoral, páginas como Vera (escrita por el chamamecero para su hija), Tierra colorada, Kilómetro 11 (compuesta por uno de los patriarcas del género, Mario del Tránsito Cocomarola), El prostíbulo, la ya citada Chamamé crudo, Starosta (dedicada a una especie de celestinos rurales de la región) y la tradicional El gato moro (de Ambrosio Miño). Piezas con las que Chango reivindica humildemente, pero con orgullo, sus orígenes como músico autodidacta, formado en su temprana adolescencia en innumerables bodas, bautizos y cumpleaños, en los que podía estar tocando solo los tres o cuatro temas que sabía durante toda una noche junto a su padre, un carpintero hijo de ucranianos y aficionado al violín.
La percusión de Villalba brilló especialmente en algunos pasajes de estos temas, poseedores un ritmo venenoso, en una rica interacción con el mágico acordeón Anconetani de Chango.
Salpicando estos temas instrumentales, Arolfo le puso su voz a clásicos temas tradicionales en un estilo mucho más apegado a la tradición que a la renovación (con una tendencia a elevar siempre la voz en un tono lloroso). Uno de los primeros en ser interpretados fue Tarafero de mis pagos, dedicada a los recolectores de yerba mate. Más adelante, llegaron Viejo caballo alazán, probablemente la pieza chamamecera tradicional favorita de Spasiuk, con esa mirada de la infancia perdida, “cuando todo era cantar”, Adiós, Beatriz y A Villa Guillermina, estas últimas con letras menos inspiradas y cierto regusto rancio en los modos del cantante.
Mención aparte para la versión de Libertango, en un vibrante homenaje a Piazzolla y para las cálidas palabras con las que Chango se dirigió al público destacando el papel de la música como una oportunidad de aprender de la diversidad, de nuestros semejantes, de la comunidad. “La música –dijo el acordeonista– es mucho más que entretenimiento. La música, como dice Atahualpa, es una antorcha que usan los pueblos para ver la belleza en el camino”.