Bogui Jazz. Madrid
Hijo de un famoso cantante cubano, la trayectoria del joven Alfredo conoce un antes y un después de su paso por el Festival de Jazz de Montreux de 2006. Allí lo escucha Quincy Jones y, muy impresionado por la valía de este pianista de La Habana, decide apadrinar sus próximos pasos. Tres años después, Rodríguez se instala en EE.UU., potencia su agenda de conciertos (se presenta por primera vez en España en 2011), toca a dúo con Chick Corea, publica su Sounds of space (2012) y la crítica no tarda en señalarlo como uno de los músicos revelación del año.
El sábado regresó al templo de Dick Angstadt (lleno absoluto), donde ya había actuado un par de noches en 2012 con los mismos músicos: sus compatriotas Ariel Brínguez (saxofones tenor y soprano), Reinier Elizarde “El Negrón” (contrabajo) y Michael Olivera, los tres de Santa Clara. Los tres a un gran nivel, respondiendo con talento, aportes propios y mucha cintura a las constantes exigencias de la música del líder.
Poco hubo en el concierto del disco de Alfredo Rodríguez (la versión de Silence que abrió el concierto fue arrolladora), no solo por el repertorio, sino también por el tratamiento de los temas, más libre, audaz y desmelenado. El pianista ha hecho suyo un espacio en el que convergen la música afrocubana con el free jazz dejando alguna puerta abierta a otros géneros (como por ejemplo esas eléctricas ráfagas rockeras que desprendió su Timber Robot). Un buen retrato del potencial de este cuarteto quedó plasmado en sus versiones de clásicos del cancionero cubano como Quizás, quizás, quizás (de Osvaldo Farrés) con un Brínguez inmenso, A Santa Bárbara (de Reutilio Domínguez) o la famosa Guantanamera (de Joseíto Fernández), todas con unos arreglos que llevaron a estas páginas, mil veces visitadas, a territorios desconocidos.
La escuela cubana continúa alumbrando fenómenos extraordinarios. Este huracán que pasó por Madrid con apariencia de cuarteto de jazz volvió a demostrarlo.
Texto y foto: Sergio Zeni