Bogui Jazz, Madrid
A sus casi 50 años, Gilad Atzmon es un hombre valiente con opiniones propias al que le gusta decir lo que piensa. Es conocida su faceta como activista político, muy crítico con las posturas oficiales de su país, que le ha granjeado las críticas tanto de judíos como de palestinos. Quizá por eso se le suele tildar de provocador, cuando más bien es un espítitu que vuela libre, huyendo de cualquier postura radical.
Pero Atzmon es mucho más que eso y desarrolla carreras paralelas como novelista, ensayista, docente y músico, con una gran coherencia en todas sus facetas creativas. Como músico, a lo largo de sus 25 años de carrera Aztmon ha integrado en muchos de sus trabajos las raíces de distintas tradiciones musicales, en especial al frente de la banda Orient House Ensemble.
El club Bogui Jazz de Madrid acogió las dos actuaciones de Atzmon, acompañado por contrabajista habitual, Yaron Stavi, y el baterista Carlos “Sir Charles” González. El saxofonista se alejó en esta ocasión de sus trabajos más recientes y personales para ofrecer un concierto plagado de estándares, con grandes dosis de swing y energía desbordante. No faltaron tributos a los orígenes del jazz en Nueva Orleans, al blues, al jazz de los dorados años 30 o al bebop, con versiones de temas clásicos como I love you Porgy, In a sentimental mood o Take the A train, que sirvieron al músico como base de sus improvisaciones. Los espíritus de John Coltrane y Miles Davis, siempre presentes en el trabajo de Gilad Atzmon, acudieron a su cita mientras sonaban temas como Blue Train o cuando el saxofonista introducía aquí o allá guiños a Kind of Blue.
A Atzmon le gusta hilvanar unos temas con otros e introducir en sus improvisaciones mil melodías populares, desde la chanson francesa hasta sintonías de televisión, con una habilidad sorprendente, demostrando que es una esponja que absorbe todo a su alrededor, como siempre han hecho los intérpretes de música popular. Sus improvisaciones pueden derivar casi en cualquier cosa, pero cuando escoge el blues, Gilad Atzmon se crece como pocos músicos y tenemos la certeza de estar ante un gigante.
Sobre el escenario, Atzmon demostró que no tiene precio como monologuista, haciendo gala de un indudable carisma y un apasionamiento contagioso, pero no dudó en compartir protagonismo con sus músicos, admirando activamente sus interpretaciones. Para finalizar, el fantasma de Louis Armstrong se paseó por la sala cuando el saxofonista inició las primeras notas de What a Wonderful World, en una versión sin almíbar que puso la guinda a un concierto intenso y apasionado que dejará huella en los presentes.