Anónima, Tributo a Leda Valladares
Tupasimi Producciones 2014
En la segunda mitad de la década del 30, continuando con la tarea emprendida por su padre, el etnomusicólogo estadounidense Alan Lomaxcomenzó a viajar por el mundo con su grabadora con el propósito de recoger muestras del folklore musical. Esta tarea le insumió la mayor parte de su vida y lo llevó a recorrer no sólo su país, sino lugares tan distintos entre sí como Italia, India, Rumania, Irlanda y España. Gracias a esa labor hoy conocemos a intérpretes como Muddy Waters, Leadbelly, Woody Guthrie, Jelly Roll Morton o Jeannie Robertson, y podemos acceder a un enorme tesoro cultural.
Casi contemporáneamente, en 1940, la tucumana Leda Valladares -que curiosamente había pasado su adolescencia entre el blues y el jazz que escuchaba su padre- descubre la baguala y, a través de ella, la tradición ritual del canto con caja*. Ese grito agreste, poderoso y desgarrado que surge de las montañas, campos y salitrales del noroeste argentino donde se fusionan las raíces de los pueblos originarios con la copla traída por los conquistadores españoles. Allí, como lo había hecho Lomax, y probablemente sin haber oído de él, Leda toma la decisión de registrar esas melodías y coplas anónimas para delinear una serie de discos, plasmados entre 1960 y 1974, a los que denominó Mapa Musical Argentino.
Esta introducción, aunque extensa, resulta imprescindible para poner en el contexto adecuado la aparición de Anónima, el sexto trabajo discográfico de la cantante argentina Silvia Iriondo. Porque como se aclara desde la portada del disco, se trata de un tributo a Leda Valladares y a su gigantesco esfuerzo como investigadora, recopiladora y docente por preservar y difundir las raíces ancestrales del folklore sudamericano. Sonidos, voces y ritmos que rescatan la memoria de un país y su cultura, de su paisaje y de su gente. Que ya no tienen dueños, porque son de todos.
El gran acierto de Silvia Iriondo es haber abordado ese rescate desde una perspectiva contemporánea, dotando a las quince canciones que conforman el disco de una sonoridad y una musicalidad que no las desvía de su esencia, pero que las hace más accesibles (y disfrutables) a los oídos actuales. Para ello supo explotar la calidez y la dulzura de su registro, que a estas alturas no resulta una novedad para quienes la conocen, aprovechando además la solvencia de los músicos que la acompañan: Federico Arreseygor al piano, Horacio “Mono” Hurtado al contrabajo y Fernando Bruno a la percusión; un trío al que se sumaron destacados invitados como el pianista Carlos Aguirre, las guitarras de Quique Sinesi y del Dúo Yvyrá, o la voz de Teresa Parodi.
Otro acierto lo constituye la inclusión de un coro de niños, reeditando experiencias similares de Leda Valladares en sus proyectos de canto colectivo con caja -en este caso el de la Escuela Pública Nº 6- que termina de redondear el clima buscado en varias composiciones, como el hermoso huayno boliviano La vicuñita, que abre el disco.
Vidala, baguala, carnavalito, tonada, chacarera, zamba, yaraví, pasacalle y kaluyo van sonando a continuación en un disco homogéneo, que hace difícil privilegiar una interpretación por sobre otra.
Los oyentes más tradicionalistas probablemente echarán de menos la potencia y visceralidad del canto con caja original. Los menos familiarizados con este repertorio agradecerán unos arreglos melodiosos que les facilitan el acceso a la belleza y la profundidad poética que encierran estas coplas mayormente anónimas y casi desconocidas. Pero allá arriba, entre las nubes, o escondida en el paisaje, con esa amplitud mental inclaudicable -que la llevó incluso a acercarse a los músicos de rock en sus últimos años- Leda Valladares escuchará y, seguramente, sonreirá satisfecha.
*Tambor de mano precolombino de sonido y tamaño variables.