Confuso y aturdido, desquiciado y deprimido, el creador de Minesotta se entregó con furor al trabajo artístico, como no podía ser menos en un autor de su categoría. Street legal fue un disco esotérico y volcánico, donde el Tarot y la Cábala insuflaban algún alivio al amante desesperado. Pero no fue hasta la conexión con alguna pequeña comunidad evangélica de California, a través de su amiga de la compañía discográfica CBS, Mary Alice Artes (“Covenant woman”), cuando Mr. Bobert Zimermann (recordemos, de familia y religión judía, procedente de Duluth, en el Iron Rage del Medio Oeste) abrazó sin reparos la fe cristiana, y el descubrimiento de Jesús Salvador como único y exclusivo leit motiv de su redención.
Una trilogía de discos (“la etapa Gospel de Dylan”), ilustra a la perfección este camino de penitencia hacia la Gracia divina: Slow train coming, Shot of love y Saved. Los dos primeros eludieron el fundamentalismo militante para entroncar directamente con una de las tradiciones más notables de la cultura afro-americana, en absoluto ajena al más joven y seminal Bobby Dylan de su primer álbum homónimo (1962). Allí encontrábamos ya temas como Gospel plow o Fixin´to die, del más puro estilo “spiritual blues”.
Nunca abandonó Dylan esa vertiente anti-materialista del folk (Wody Guthrie es su otro gran mentor en los primeros tiempos). Pero la profesión iluminada de conversión de los últimos 70 es otra cosa: un arrebato rotundo, sin fisuras, una declaración absoluta de vasallaje a Jesús de Nazareth. Sus conciertos “live” de esta etapa, desde Toronto hasta San Diego pasando por el Earls’ Court londinense, recogidos con profusión en este Trouble no more (ocho cd´s y un DVD), muestran a un “entertainer” inspirado y en trance, deseoso de mostrar y defender con fiereza y firmeza su Buena Nueva. “Salvado, por la fuerza de la Cruz”.
Una gran banda de acompañamiento (Fred Tackett, guitarra de resonancias stonianas, eclesial órgano Hammond a cargo de Benmont Tech, bajo funky de Tim Drummond, y un apoteósico coro femenino de voces rutilantes, lastimosas y chillonas (Clydie King, Madelaine Quebec) contribuyen al milagro de hacer audible y asimilable un mensaje más bien indigesto y estomagante. Dylan se lo cree, y nos hace creer a nosotros a través del único canal que nos interesa: un sonido perteneciente a lo mejor del histórico “gospel” de Alabama y Misisipi, al rock and roll que viene del más negroide ”ryhtm´n blues” (Little Richard, Chuck Bery), y al funky machacante y reiterativo deudor de James Brown y Sly Stone.
Gran música para ser oída en los años 80, especialmente al calor del “directo”. Hoy, estos conciertos repletos de fuego y de azufre, quedan como testimonio de una época turbulenta, quejumbrosa, inconformista de Bob Dylan. Puro Dylan, pues, aunque con envoltorio pegajoso y a veces reiterativo (se repite incesante, al comienzo de casi cada álbum, la declaración de intenciones del Maestro: “Un lento tren se acerca, a la vuelta de la esquina”. “Tienes que servir a alguien, ya sea al Lord o al Diablo”. Aun así, cuatro o cinco pinceladas del penúltimo Premio Nobel de Literatura, nos remiten a lo mejor de su extraordinaria e inacabable trayectoria: What can I do for you, Lenny Bruce, Pressing on y, sobre todo, Caribean wind y Every grain of sand son joyas que ni el mayor de los desmadres confesionales pueden hacer olvidar, menos aún ningunear.
En las tiendas, un Cd doble significa el resumen de esta borrachera de luz y sonido que supone esta nueva entrega de las “Bootleg series” (que recientemente bucearon en las legendarias The Basement Tapes de la Big Pink con The Band; la gestación pormenorizada de la trilogía Bringin it al back home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde, el Dylan majestuoso y anfetamínico del 64-66. Y también la nueva revisión del Self Portrait uno de los vinilos más injustamente vituperados de la historia del rock (“¿Qué es esta mierda?”, saludó en su día el inefable crítico Greil Marcus).
Ahora, Trouble no more, en tiempos de incredulidad y descreimiento, viene a advertirnos de que no todo está perdido en las tenebrosas tinieblas del Mal. Dios eterno y su Hijo en la Tierra puede ser una Verdad absoluta o simplemente una metáfora alegórica, una senda hacia la salida personal. Dylan encontró ese resquicio y pronto volvería a lo secular y a lo más humano. Le costaría una década de decadencia, pero volvería por sus fueros en Oh, Mercy, Time out of mind, Modern times, Tempest y en el más reciente y conmovedor Triplicate.
Bob Dylan- Trouble no more (Columbia Records)