Teatro Tívoli. Barcelona
Fotografía: Sara Baras por Santana de Yepes.
La gaditana encandila en el Tívoli de Barcelona con un espectáculo que ha ido asentándose, variando y creciendo desde su estreno, a finales de 2014, en París. Desde entonces, lo ha lucido por los escenarios de Estados Unidos, Japón, Italia y España. Con un estilo elegante, sobrio y contenido, alejado de banales conceptualizaciones y de modernidades malentendidas, su lenguaje conecta con el gran público en un espectáculo sostenido por un equipo impecable.
Su tributo es para las voces del toque, del cante y del baile que marcaron a una generación. Dos guitarristas, Paco de Lucía y Moraíto; dos cantaores, Camarón y Morente; y dos bailaores, Antonio Gades y, no de un modo explícito (no aparece su imagen ni su voz en off) Carmen Amaya, sus grandes referentes. A la memoria de ellos se entrega en once números muy bien hilados, arropada por el contrapunto de su compañero José Serrano («está en el mejor momento de su carrera –declaró ella recientemente–, bailando como un toro») y por todo el cuerpo de baile, una extensión de sus movimientos.
Hay que destacar, además, las composiciones de Keko Baldomero, guitarrista del espectáculo (precioso su solo dedicado a Camarón) junto a Andrés Martínez; el cante en tres registros bien diferenciados de Miguel Rosendo, Rubio de Pruna e Israel Fernández; la percusión, por momentos muy original, de Antonio Suárez y del Pájaro Manuel Muñoz; el diseño de luces de Oscar Gómez de los Reyes; y el vestuario expresivo y funcional de Teresa Torres y Javier Cosano (qué partido le saca la bailaora al etéreo vestido blanco con el que recordó a Camarón y a ese verde que te quiero verde de largos flecos con el que baila su gratitud a Moraíto y a “la Capitana”).
Casi todo en Voces, comenzando por la magia de la propia Sara, resulta evocador, sugerente, sembrado de guiños a los homenajeados (esa farruca que recuerda al Gades de Los Tarantos, los ecos de la Carmen de Bizet, el piano en off de Sergio Monroy en Las Cármenes, esa chaqueta corta para evocar a Carmen Amaya). Quizás por esto, en esa puesta en escena plagada de sutilezas, se nos antojan innecesarios los subrayados en los retratos dibujados de la escenografía o en la voz engolada de Carlos Herrera abriendo la función.
La bailaora y coreógrafa, que comenzó a darse a conocer en los noventa con la compañía de El Guïto, está en su mejor momento. Se la ve más madura y sutil, sin exhibicionismos gratuitos, sin españoladas de cara a la galería. Su fuego hipnotiza desde esos silencios en los que sus brazos tensan el aire hasta el brío desatado de unos taconeos que ametrallan los corazones. Sola, en perfecta sintonía con Serrano o acompañada por su cuerpo de baile, Baras se muestra radiante llenando el escenario, y alcanza su máxima expresión en su tributo al maestro Gades, de negro, enfundada en unos pantalones, austera y pasional.
Seguirilla, taranta, farruca, tiento, soleá, tangos, soleá por bulería, romance, bulería… Todo lo bordan sus pies prodigiosos, su voz andaluza, su música temperamental.
Corran a aplaudir su zapateado, su luz, su corazón. Esta mujer es sol y tormenta, alma y tacón.