Salta y resto, Buenos Aires
Fundado en 1960 por Horacio Salgán, músico de una sensibilidad y una trayectoria irrepetibles, el Quinteto Real nació como una especie de supergrupo tanguero (más de una vez incomprendido). El gran dúo que el pianista formaba con el guitarrista Ubaldo de Lío se fusionó con el que integraban Enrique Francini al violín y Rafael Ferro al contrabajo y con el bandoneón de Pedro Laurenz. No obstante, el proyecto nunca fue una simple suma de figuras, como quedó demostrado ese mismo año en un álbum homónimo de exquisita factura que rompió moldes y fue toda una declaración de principios.
A pesar de ese carácter renovador que lo llevó a ser considerado uno de los máximos representantes del llamado “tango de vanguardia”, Salgán solía afirmar que a él lo que realmente le importaba no era revolucionar esta música. Con más de noventa años y tras haber sido admirado por músicos como Rubinstein o Stravinsky, declaraba con su sencillez intacta: “Muy modestamente, lo que a mí me interesó, y todavía me interesa, es aprender a tocar bien el tango”.
A partir de los sesenta, saltando por encima de cambios en su formación (se sucedieron en torno al eje Salgán-De Lío nombres de gran valía como los de Quicho Díaz, Leopoldo Federico, Antonio Agri o Néstor Marconi) y algunos períodos de inactividad, el quinteto comienzó a experimentar en 2002 un relevo gradual al frente del piano y la dirección del mismo. El líder de la formación fue cediéndole poco a poco el puesto a su hijo César Salgán hasta su retiro definitivo en 2010 tras setenta y cinco años de un intensísimo trabajo no solo asociado al tango.
La formación actual evidentemente ya no es lo que fue en sus mejores tiempos, pero es sin lugar a dudas el mejor custodio de un valioso y muy disfrutable legado que el público agradece en cada concierto. Desde la humildad, el respeto y el conocimiento íntimo de la agrupación, César Salgán mantiene vivo el ADN de este singular quinteto que se presentó anoche con Julio Peressini, de especial lucimiento al violín, Carlos Corrales al bandoneón, Esteban Falabella a la guitarra y, sustituyendo a Juan Pablo Navarro al contrabajo, Oscar Giunta (trece años en el quinteto con Salgán padre).
El cálido encuentro tuvo lugar en las distancias cercanas que ofrece Salta y resto, una deliciosa sala del porteñísimo barrio de Montserrat que, desde hace unos años, suma su escenario a la nutrida cartelera de música en directo de la ciudad. Respetando la tradición, el quinteto arrancó con Canaro en París, es decir por todo lo alto. Los solos de Perissini, Salgán y Corrales hicieron subir la temperatura y adelantaron lo que sería una constante a través de toda la noche: el efecto hipnótico de una escuela excelsa. Continuaron con otros clásicos que frecuentó Horacio Salgán a lo largo de su carrera (no solo en el Quinteto Real, sino también en su orquesta y en su dúo con De Lío): Ensueños, Recuerdos, Ojos negros, La puñalada, Mano brava… En medio, hubo algunas composiciones del actual director del grupo que, lejos de desentonar, sirven para imprimirle una mayor singularidad a esta etapa de la formación, páginas como Milongas y milongueros, Réquiem para un bandoneón, en la que brilló el fueye de Corrales o una entrañable habanera en la que destacó el violín de Perissini. La despedida no pudo ser mejor con El amanecer (pieza que un veinteañero Salgán interpretaba en la orquesta de Roberto Firpo en los años treinta) y, ya en el bis, la famosa Taquito militar de Mariano Mores.
A sus 99 años, el maestro Salgán sonríe tranquilo. A través del Quinteto Real continúa aprendiendo “a tocar bien el tango”.