Sala Caras y Caretas, Buenos Aires
Allí están ambos, solos bajo las luces del escenario, sentados y matizando con unas copas de vino una conversación que estará plagada de humor e ironías. Relajados, como lo estarían en el salón de su casa, como dos viejos amigos que comparten códigos y simpatías políticas. Ella, con sus inconfundibles ojos achinados y ese aire de lánguida rebeldía que parece haberle quedado de sus años de estudiante de filosofía. Él, con ese cuerpo alto, esmirriado, con una guitarra incorporada a su anatomía y ese aire circunspecto de psicólogo que se derrumba apenas dispara sus filosas ironías. Ella es Liliana Herrero, la cantante más personal que ha dado la música argentina de raíz folclórica en las últimas dos décadas. Él es Juan Falú, un guitarrista que hace rato superó la portación de apellido. Desde 1995 dirige artísticamente el Festival Guitarras del Mundo, tiene en su haber más de 20 discos en solitario, colaboró en incontables grabaciones y conciertos y ya no necesita demostrar nada.
Así, en ese clima íntimo, informal, sazonado con la complicidad de un público leal, se disponen a homenajear al enorme poeta y compositor salteño Gustavo “Cuchi” Leguizamón en la víspera del centésimo aniversario de su nacimiento, ocurrido el 29 de septiembre de 1917. Y lo harán revisitando ese disco trascendental que grabaron juntos cuando despuntaba el siglo: Leguizamón-Castilla (BAM- Epsa Music, 2000). Una producción que recreaba la obra colosal de la dupla autoral que Leguizamón formó con su coterráneo, el poeta Manuel J. Castilla. Un registro que ya es histórico, pero que aún se erige como una referencia clave para la música popular de la Argentina.
Liliana Herrero abre el fuego: agradece a los presentes por la vigilia y alude, sin nombrarlo, a Santiago Maldonado, cuya desaparición forzada conmociona a los argentinos por estos días. Enseguida se suma Juan Falú, recitando los versos de La casa, de Manuel Castilla, y lanzándose a tocar y cantar. El primer brindis de la noche celebra que la propuesta ya está en marcha. A partir de allí, más que novedades y sorpresas, habrá confirmaciones.
Más allá de sus trayectorias individuales, Herrero y Falú siguen siendo, después de tres décadas, una dupla creativa insoslayable. Aunque se resista a bajar un tono, la Herrero vuelve a mostrarse como una cantante visceral, capaz de desarmar y rearmar una canción de otra manera hasta extraerle una expresividad nueva, de interpretarla hasta en sus silencios, desplegando –en los pocos minutos que dura el tema– un abanico de emociones que van del grito hasta el susurro. Es una cantatrice, al decir de Fito Páez, el músico de rock que la impulsó a cantar profesionalmente. Siempre caminando al borde de la cornisa, pero sin perder el equilibrio. Mientras que la solidez interpretativa de Falú, con su precisión no exenta de sentimiento, parece actuar como el imprescindible contrapeso.
Canción del que no hace nada, Serenata del 900, Carnavalito del duende… las páginas icónicas de Leguizamón-Castilla se van hilvanando una tras otra conformando (aquí vale el tópico) un verdadero collar de perlas. Se sumarán luego las coplas anónimas recopiladas por el Cuchi de Lloraré, la Zamba del pañuelo y una conmovedora versión de la Zamba de los mineros que principia Falú y a la que se luego se acopla Herrero. Hasta que llega el clímax con La arenosa y el público batiendo palmas sobre una de las canciones que no estaban incluidas en aquel disco, al igual que La Pomeña, a la que Liliana pide que cantar a coro, porque –asegura– ya pertenece a todos.
La insoslayable Zamba de Lozano será uno de los puntos más altos del concierto, lo mismo que Me voy quedando, esa letra desgarradora que el “Cuchi” escribió cuando empezaba a perder la visión, que hará que Liliana se quiebre y no pueda contener una lágrima. Y el final llegará, distendido, con Zamba de Anta y una ironía de Falú sobre ciertos políticos prologando ese estribillo que parece resumir la vida en dos versos: Arriba quema la luna/ abajo la caja, dele padecer. Pero la música del “Cuchi” Leguizamón seguirá sonando por mucho tiempo, como un puente imprescindible para unir la tradición con el futuro.
Fotos: Kaloian