Teatro Colón, Buenos Aires
Proveniente de un pueblo de la Argentina profunda, muy cercano a los territorios de Brasil y Paraguay, en la provincia de Misiones, Spasiuk decidió desde muy joven continuar el sendero musical de su familia alimentándose de la sabiduría de patriarcas del chamamé como Isaco Abitol, Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel y los hermanos Martínez Riera entre otros. Un legado que, a pesar de la gran apertura que experimenta su propuesta, se mantendrá siempre vivo en su obra, ya que para Spasiuk “es imposible desarrollar algo hacia lo nuevo sin estar parado sobre la tradición y tener un profundo conocimiento de ella: no existe vanguardia sin tradición”.
Con una carrera musical a sus espaldas que incluye ocho discos como líder y colaboraciones con artistas tan diversos como Mercedes Sosa, Cyro Baptista, Jaime Torres, Lila Downs, Divididos, Bobby McFerrin, Raúl Barbosa o Chucho Valdés, Spasiuk se presentó ante más de tres mil espectadores en el prestigioso Teatro Colón, dejando a varios cientos de personas sin entradas en una cola que daba la vuelta a la manzana. Algo que, en otros tiempos, difícilmente se hubiese imaginado para la llamada música litoraleña.
El concierto contó con dos partes bien diferenciadas. La primera fue protagonizada por un septeto con Spasiuk (acordeón) y algunos de sus colaboradores habituales: Víctor Renaudeau (violín), Helleen De Jong (violonchelo), Diego Arolfo (guitarra y voz), Marcos Villalba (guitarra, percusión y voz), Alfredo Bogarín (guitarra) y Juan Pablo Navarro (contrabajo). En la segunda, acompañó al acordeonista el Ensamble Estación de Buenos Aires, con Rafael Gintoli como violín solista, bajo la dirección de Popi Spatocco.
El arranque fue maravilloso con la deliciosa e intimista Tristeza, se hizo más expansivo con El Camino –otra pequeña joya firmada por el Chango– y terminó desmelenándose con el ritmo de Acento Misionero. Muy bien apoyado por su grupo, Spasiuk condujo su acordeón con maestría, paseándose por páginas como Tarefero De Mis Pagos, Viejo Caballo Alazán o La Ponzoña. Dentro de un más que correcto desempeño general, cabría reseñar la notable labor rítmica de Villalba en la percusión y Navarro al contrabajo, las dosis de lirismo aportadas por Renaudeu y De Jong y el anclaje a la tradición sustentado por Arolfo y Bogarín.
Bajo el título de Suite del Nordeste, las composiciones tuvieron en la segunda parte un tratamiento camerístico sin perder su impronta folclórica y popular. Podríamos destacar la introducción de Chamamé Crudo, el lirismo desbordante de Pynandí (versionada en dúo de acordeón y violín), los cambios rítmicos de El Prostíbulo, el trío de Spasiuk, Gintoli y José Araujo (estupendo su solo al violonchelo) haciendo Posadas / Blas, la melancolía de Mi Pueblo Mi Casa La Soledad, y ya en el final, Suite Nordeste con un Rafael Gintoli inmenso.
En los bises, hubo un recuerdo para Tránsito Cocomarola, con el Chango en solitario interpretando Kilómetro 11, y para Ástor Piazzolla, con el septeto versionando Libertango. Finalmente, todos los músicos que habían intervenido se hermanaron en Tierra colorada, de un Spasiuk feliz, para quien esa comunión alcanzada con su público, era –en palabras de Atahualpa Yupanqui– “hallar la sombra que el corazón ansía”.
Fotografías: Máximo Parpagnoli