Centro Cultural Kirchner. Buenos Aires
Hasta hace unos años, el majestuoso Palacio de Correos y Telégrafos de Buenos Aires era un lugar que recibía y distribuía cartas, como cualquier servicio postal. Hoy, completamente remozado y reorientado a otras funciones, no parece haber cambiado su misión original: los mensajes siguen llegando allí desde todo el mundo, sólo que los emisores y los receptores son otros: artistas y público. Porque desde el pasado 25 de mayo, ese antiguo edificio inaugurado en el año 1928 se ha convertido en un nuevo espacio para la difusión de las expresiones artísticas: el Centro Cultural Kirchner.
El sábado 6 de junio, desde su sala principal de conciertos, La Ballena Azul, el brasileño Naná Vasconcelos envió un mensaje fuerte y claro que fue perfectamente decodificado y celebrado por los numerosos asistentes. En el marco del Festival Conexión Pernambuco, el músico de Recife deslumbró al público porteño con su virtuosismo y simpatía y demostró que la definición de “percusionista” le queda pequeña.
El brasileño arrancó el día anterior, con un “workshop orgánico” basado en el entendimiento de los ritmos a través del cuerpo y presentó el sábado su show unipersonal El latido del corazón, en el que cuenta historias y muestra escenarios naturales brasileños a través del sonido de la percusión. Mientras se proyectaba un corto de animación algo extenso, sus asistentes le armaron una escenario dentro del escenario, como dejando en claro que la percusión abandonaría su rol de acompañante para convertirse en el protagonista de la noche.
Desde allí, Naná comenzó con una verdadera lección de cómo se toca el berimbau –su gran especialidad– y fue ejecutando luego una gran variedad de instrumentos de percusión: diversos tambores (incluyendo uno de cristal de forma esférica), gong, sonajas, su voz y hasta su propio cuerpo. Con ellos fue creando atmósferas hipnóticas, por momentos mántricas, que remitían tanto a sus raíces musicales brasileñas como a la selva del Amazonas, a la que considera “un enorme reservorio de vida y sabiduría”. Para eso contó con dos aliados: la electrónica y la participación del público, a quien manejó con su proverbial simpatía hasta convertirlo en una verdadera orquesta, ya sea haciendo coros o replicando con palmas el sonido de la lluvia en la selva.
Vasconcelos ha vivido en distintas ciudades del mundo, grabado varios discos, compuesto bandas sonoras para el cine y participado en un sinfín de proyectos con músicos de las corrientes más heterogéneas, como Don Cherry (en el recordado trío Codona), John Zorn, Jon Hassell, Pat Metheny, B.B. King, el grupo de rock Talking Heads y sus compatriotas Milton Nascimento, Caetano Veloso y Egberto Gismonti, por nombrar sólo unos pocos. Pero mantuvo siempre las influencias de su tierra. Y a sus 71 años conserva una vitalidad que apenas flaquea cuando debe agacharse para coger sus instrumentos del suelo.
Al final, casi como una broma, Naná dejó al público cantando con la sala a oscuras y se retiró del escenario en puntas de pie, reapareciendo al rato para agradecer los aplausos y regalando un mantra hindú como bis.
Su actuación fue prologada por dos bandas soporte, también pernambucanas, que trajeron a la Argentina un bagaje de sonidos novedosos para un público que sigue mayormente ligado a las grandes voces del Brasil de los años ´70 y ´80.
La primera estuvo liderada por Jam Da Silva, un músico que fusiona la electrónica con instrumentos tradicionales y sonidos de la calle, con fuerte énfasis en la percusión. Da Silva mostró la música de su último trabajo discográfico, Nord – El sonido de un Lugar imaginario, que intenta una aproximación geográfica y sensorial entre dos ambientes dispares y al mismo tiempo complementarios: Nord es el nordeste brasileño, caliente, seco, agreste; pero es también Reykjavik, Islandia, nórdico, helado y sombrío. El colectivo saca partido de la voz agradable, mesurada y bien brasileña de Da Silva –a la que se sumó en un tema la interesante cantante Lisa Papineau, de amplio registro– y apela sin prejuicios a riffs de guitarra propios del rock.
Menos interesante resultó la propuesta del quinteto del cantante y guitarrista Siba, que expuso su último disco llamado De Baile Solto. Siba se inspira en las guitarras eléctricas entrelazadas de la música congolesa, haciéndolas dialogar con los ritmos típicos de las calles de Pernambuco, como la ciranda y el maracatú. El producto de esa mixtura (a la que se agrega una tuba como rasgo curioso) es una música evidentemente ligada a la danza, con fuerte impronta percusiva y repetición de líneas melódicas, pero que no obstante se conjuga con letras bien construidas que no eluden la crítica social.
Luego de esta exitosa presentación en la Argentina, la gira de Conexión Pernambuco continuará en Montevideo, Uruguay.