Bebop Club, Buenos Aires
No faltan motivos para homenajear a Tom Jobim al cumplirse, este año, el 90º aniversario de su nacimiento. El compositor, arreglista, cantante, guitarrista y pianista brasileño es autor de páginas memorables –como Desafinado o Garota de Ipanema– y padre indiscutido de la bossa nova (junto al guitarrista y cantante João Gilberto), el género al que supo internacionalizar con importantes artistas estadounidenses fusionándolo con el jazz. Antônio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim (1927–1994) está considerado como uno de los mayores exponentes de la música brasileña y su nombre figura entre los grandes compositores de música popular del siglo XX.
Jaques Morelenbaum y su esposa Paula ostentan sobradas razones para celebrar a Jobim. Ambos fueron sus compañeros durante diez largos años que culminaron con la grabación del CD Antônio Brasileiro, editado apenas tres días después de su muerte y laureado con un Grammy póstumo; y formaron más tarde el Quarteto Jobim-Morelenbaum, donde revistaban Paulo y Daniel Jobim, hijo y nieto de Tom respectivamente.
Como parte de esos homenajes, la pareja ha grabado en los últimos tiempos dos discos donde recorren las grandes obras del maestro de la bossa nova, acompañados por el Cello Samba Trio: uno en directo en Italia, Omaggio a Jobim, y otro en estudio, Saudade do futuro – Futuro da saudade, donde visitan también obras propias de Morelenbaum y de algunos iconos de la música brasileña, como Caetano Veloso, Gilberto Gil y Jacob do Bandolim, entre otros. Precisamente para promover estas placas fue que realizaron tres presentaciones en Buenos Aires, a la primera de las cuales asistió Diariofolk.
Quienes hayan asistido al elegante Bebop Club movidos por la nacionalidad de Jaques Morelenbaum, o por su bien ganada fama como violonchelista y pensaron ora que encontrarían las típicas postales musicales de Brasil, ora un concierto de música de cámara, se equivocaron de medio a medio. Si bien en la música del intérprete, compositor, arreglador y productor brasileño late el espíritu del insoslayable Heitor Villa-Lobos, el delicado equilibrio entre su formación erudita y su sensibilidad popular lo ubican en una categoría única. Morelenbaum frota las cuerdas de su instrumento, las pellizca, las percute emulando el sonido de un instrumento típicamente brasileño como la cuica, deja brotar la respiración profunda del violonchelo, canta, tararea y hasta es capaz de lanzarse en un solo con la vehemencia de un rocker. Y siempre sonríe, evidenciando que disfruta plenamente de lo que hace. Así se lo vio en la primera parte del show al comando del trío que completan dos músicos absolutamente compenetrados con su propuesta, aunque con personalidades bien distintas: el ajustado percusionista Rafael Barata y Lula Galvão, que compensa con su enorme expresividad a la guitarra su módica gestualidad.
Notables versiones de Corazón vagabundo, de Caetano Veloso, Brigas nunca mais, de Jobim y Vinicius de Moraes, una bellísima página del propio Morelenbaum, Maracatuesday, y una interpretación de Retrato en blanco y negro, de Jobim y Chico Buarque que rozó casi la genialidad se fueron hilvanando con otros temas bien conocidos, en un show compacto y disfrutable, hasta dar paso al ingreso de Paula Morelenbaum.
La cantante inició su set poniendo el listón muy alto: quienes hayan escuchado la versión de Aguas de Marzo por Elis Regina y el propio Tom Jobim (Elis & Tom, Verve, 1974) saben que es prácticamente insuperable. Pero ya liberada del peso de semejante responsabilidad, la vocalista se mostró más suelta y aplomada, ofreciendo una delicada versión de La felicidad (con letra de Vinicius de Moraes), con estribillo a cargo del público y un inspirado solo de su marido; y respetuosas interpretaciones de otros clásicos de Jobim, como Corcovado o Agua de beber.
Pero la estrella de la noche, sin dudas, fue Jaques Morelenbaum, un artista que –ya sea como figura principal o secundando a músicos tan importantes como Caetano Veloso– se ha convertido en un visitante habitual de la Argentina. Su despedida con la samba Salvador de Egberto Gismonti sirvió para ratificar, por si quedaba alguna duda, ese puente de oro que el violonchelista ha sabido establecer entre el mundo de la música clásica y las raíces de la música popular, y que ya constituye su marca registrada. Y, de paso, para dejar a los melómanos del sur del planeta con ganas de reiterar el ritual.
La exquisita sensibilidad del cronista conmovido por el genial Jacques. No esperaba menos