Teatro Maipo, Buenos Aires
La crónica de este concierto debería empezar como empiezan los cuentos: “Había una vez…”. Porque detrás de este concierto hay una historia. O mucha historia, para ser más precisos. Había una vez, entonces, un “fueye”, que es como se denomina en el argot porteño (lunfardo) al bandoneón. Era un bandoneón Doble A, medio nácar, que muerto su dueño reposaba junto a otros tres en la casa que este compartiera con su esposa. El bandoneonista en cuestión era nada menos que Aníbal Troilo. El “bandoneón mayor de Buenos Aires”, como lo bautizara -con espíritu de periodista deportivo- el poeta popular Julián Centeya. O “el gordo Pichuco”, como lo terminaron llamando todos.
Corría el año 1975. Y cuando habían pasado dos meses de su partida, la viuda -que no era otra que su legendaria compañera Zita- convocó a esa casa a Raúl Garello, quien fuera durante doce años bandoneonista y arreglador de las orquestas de Pichuco, para entregarle ese bandoneón como recuerdo.
El mismo Garello contaría luego, durante el concierto, que conservó ese instrumento durante treinta años. Hasta que en 2006, decidió donarlo a la Academia Nacional del Tango para ser exhibido. A condición de que fuera tocado al menos una vez al mes para que siguiera vivo, respirando tangos.
La historia continúa al despuntar 2011, cuando el periodista y promotor cultural Gabriel Soria tiene la idea de grabar un disco con todos los solistas que compartieron escenarios, música y noches de bohemia con Pichuco. Pero utilizando todos, a su turno, ese mismo bandoneón. En febrero de 2012 se iniciaron las grabaciones de los solos. Al tomar el bandoneón y ponerlo sobre sus rodillas, los amigos del gordo volvieron a abrazarlo. Ese mismo año comenzaron las presentaciones en vivo del disco: Troilo Compositor.
El siguiente capítulo de esta historia nos devuelve al presente. Estamos en el tradicional Teatro Maipo de Buenos Aires y aquellos legendarios conciertos vuelven a reeditarse en el mismo lugar. No están todos los que estuvieron aquella vez: el “Cholo” Mamone y el “Marinero” Montes abandonaron en el ínterin el escenario del mundo; Daniel Binelli anda por los Estados Unidos; y al gran Leopoldo Federico no se lo permite la salud. Pero un verdadero “Seleccionado del Bandoneón” disimula estas ausencias importantes, sumando a aquellos que tocaron en la orquesta de Troilo a dos generaciones más de bandoneonistas que se irán alternando sobre el escenario para interpretar las composiciones más emblemáticas de Pichuco.
Luego de la proyección del trailer del documental Pichuco, de Martín Turnes, que se está estrenando por estos días, Gabriel Soria introduce al encargado de abrir el fuego: un casi nonagenario Alberto Garralda que nos entrega Medianoche, de 1933. A partir de ese momento irán sonando en la sala, en orden cronológico, las páginas más memorables del homenajeado, hilvanadas por Soria con oportunas anécdotas y comentarios que las pondrán en el contexto adecuado.
Vendrán luego Julio Pane, integrante de una familia de bandoneonistas – más adelante le seguirá su hijo Leandro, que continúa la tradición-; Santiago Polimeni; Daniel Ruggiero, también hijo de un bandeoneonista; Roberto Álvarez; y por último Néstor Marconi, con su arreglo para el clásico La última curda. Y en los extremos generacionales, Juan Carlos Caviello y Lisette Grosso. Caviello -que con 91 años es el bandoneonista en activo de mayor edad- fue el único que se apartó del repertorio del CD para estrenar una milonga propia, A Pichuco Troilo. Lisette, la ejecutante profesional del instrumento más joven de que se tenga noticia, resultó, con sus escasos 14 años, más que una curiosidad una sorpresa. Como también lo fue la presentación de Yuki Okumura, un japonés que recaló en Buenos Aires para aprender los secretos del “fueye” e interpretó una correcta versión de A la guardia nueva.
No faltaron tampoco los bailarines, ya que, como recordó el maestro de ceremonias, la música de Troilo siempre estuvo ligada a la danza. “Gato, escribí para que la gente baile” contó Soria que Pichuco le recomendaba a Astor Piazzolla. El veterano Juan Carlos Copes, junto a su hija Johana, se marcaron una Milonga de la azotea muy celebrada por un público entendido y conocedor donde se mezclaban varias generaciones. Público que no se equivocó al subrayar con aplausos los mejores momentos de la noche: la versión de Garúa de Walter Ríos; la mítica Sur, por Raúl Garello; Contrabajeando, por el prometedor Lautaro Greco y una inspirada Responso (tal vez el tango más perfecto de Aníbal Troilo) a cargo de un Ernesto Baffa muy anciano, pero con la pasión intacta por el tango.
Y cuando el telón pareció cerrar una noche memorable, volvió a subir para terminar, como corresponde -y con perdón del tópico- “a toda orquesta”, con los maestros de ayer, de hoy y de mañana reafirmando las palabras pronunciadas un rato antes por Raúl Garello, que sintetizan el espíritu del concierto: “El destino de este bandoneón es el escenario y la inmortalidad”.
Fotos: Fernando Marinelli.