De la raíz a la copla

25/09/2014 - Fernando Marinelli
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Mariana Carrrizo - 19-09-2014
Café Vinilo. Buenos Aires
Mariana Carrizo volvió a bajar de los cerros salteños a la gran ciudad para ratificar la vigencia de una tradición ancestral que impregna casi toda la música argentina de raíz folclórica.
Carrizo

Foto: Mariana Carrizo por Fernando Marinelli
En su libro La gran novela latinoamericana, el mexicano Carlos Fuentes relata que, en una ocasión, su compatriota Mario Moreno “Cantinflas”, le dijo a un señor con el que discutía:“Pero oiga, mire nomás, ¡qué falta de ignorancia!”. Cantinflas era un maestro de la paradoja, por lo que su broma contenía una gran verdad: existe una cultura no escrita que se manifiesta a través de la memoria, la transmisión oral y el cultivo de la tradición. En el habla de todos los días. Y para conocerla hace falta un poco de ignorancia.
Esa “sabia ignorancia” ancestral a la que se refería Cantinflas pervive en cada una de las coplas que interpreta la salteña Mariana Carrizo, esa estructura casi siempre de versos octosílabos, heredada de la copla española y la tonadilla, que llegaron a América con la conquista y se difundieron por todo el continente, hasta impregnar casi todos los géneros de raíz folclórica.
Mariana conoce bien su oficio de coplera. Eligió ese destino a los trece años, cuando le regalaron un casete de coplas recopiladas por Leda Valladares y a partir de allí dejó sus Valles Calchaquíes, en la provincia argentina de Salta, para viajar por las zonas rurales recolectando coplas anónimas transmitidas por tradición oral, que fue combinando con recopilaciones ya existentes (como las de Atahualpa Yupanqui y la citada Leda Valladares) hasta conformar un rico repertorio. Y no paró hasta consagrarse en el Festival de Cosquín de 2004 y grabar varios discos.
Al verla subir al escenario del Café Vinilo acompañada sólo por sus cajas, cuesta imaginarse que ese escaso metro cincuenta de estatura y ese cuerpo menudo puedan albergar tanta fuerza, personalidad y expresividad. A lo sumo podría intuirse, en ese rostro angelical y esa mirada luminosa, una picardía y un humor que irán aflorando a medida que transcurra su actuación. Y es que las coplas que entona Mariana reflejan, en su lenguaje coloquial y cotidiano, no solamente las alegrías y penurias de los pastores y campesinos que habitan en los valles y cerros del noroeste argentino (temática característica del canto con caja), sino que también aconsejan, reflexionan y llegan incluso a expresar posiciones feministas bastante inusuales en el folklore argentino, como cuando cuestionan con ironía el machismo que impera en los pueblos pequeños.
No te cases con el viejo
por la moneda
que la moneda se acaba
y el viejo queda.
Así, en las explicaciones que intercala entre sus canciones, aparecen reiteradamente las bondades de los “yuyos pal´ amor” que mantienen la virilidad, como la “Muña muña”, o que la sosiegan, como el “Burro”. O la crítica mordaz a las suegras. O las alusiones a ese personaje arquetípico del noroeste argentino, el “pata e´ lana”, que hace honor a su apodo deslizándose sigilosamente hasta la cama de las mujeres en ausencia de sus maridos.
Superada la rotura de la “chirlera” en una de sus cajas (ese hilo de cuero que vibra con cada golpe estirando el sonido) y la mala pasada que le jugó a los parches la humedad de Buenos Aires, Mariana se fue afirmando sobre el escenario, desplegando toda la plasticidad de una voz dulce, casi hipnótica, que maneja a la perfección la técnica particular de la baguala y del canto coplero, quebrándose cuando es necesario en un falsete, pero sin llegar al extremo del grito desgarrado.
Con todo, y quizás consciente de que no resulta fácil mantener la intensidad de un concierto a fuerza de caja y voz (como sucede habitualmente con las formas más puras y despojadas del folclore) Mariana Carrizo tuvo el buen tino de convocar al escenario a algunos invitados. Primero fue su coterránea Sara Mamani, quien sumó su charango en un homenaje a la legendaria Margarita Palacios y luego interpretó, en solitario, el huayno Animaná, de su propia autoría y con música de Teresa Parodi. Más adelante fue el turno de Carlos “Nahuel” Porcel de Peralta, cantautor y guitarrista que supo acompañar a artistas de la talla de Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa, entre otros. Con él, Mariana cantó a dúo una zamba y La llorona, que popularizara Chavela Vargas, para luego cederle el protagonismo en una milonga de Zitarrosa. Otro acierto resultó también la inclusión de canciones “de autor”, como Doña Ubenza, del legendario Dúo Salteño y, por pedido del público, Zamba de la candelaria, un clásico de Falú y Dávalos.
Cuando esta Trasnoche de coplas ya rozaba la madrugada, la salteña se despidió con su caballito de batalla, Coplas pa´ las suegras, una muestra cabal de su estilo filoso e incisivo, al tiempo que una demostración de que la copla sigue viva, aferrada a su raíz y desafiando al olvido. A pesar de que el almanaque se empeñe en señalar que no estamos en Carnaval.
 

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