Teatro Caras y Caretas, Buenos Aires
El doble concierto de cierre del excelente ciclo Entre Músicas, que se desarrolló durante tres sábados consecutivos en el Teatro Caras y Caretas de Buenos Aires, tuvo que ser reprogramado para el domingo 23 de abril, pero la espera mereció la pena. Horacio “Mono” Hurtado junto a Horacio Montesano y Lilián Saba acompañada por Marcelo Chiodi colmaron las expectativas de un público conocedor y exigente y le pusieron un adecuado broche de oro a una programación de alto nivel, que incluyó a intérpretes del folclore, el jazz, la fusión y los ritmos latinoamericanos de la talla de Alejandro Manzoni, Andrés Beeuwsaert y Gustavo Nasuti Grupo, entre otros.
La noche arrancó con el prestigioso contrabajista Horacio “Mono” Hurtado, quien presentó su nuevo proyecto musical, Paisajes Sonoros, que lleva adelante junto al guitarrista Horacio Montesano. Si el primero es bien conocido por su trayectoria en la escena del jazz y la música popular argentina y su desempeño junto a figuras internacionales como Pablo Ziegler, Paquito D’Rivera, Joe Lovano o Agustí Fernández –por nombrar sólo a unos pocos– y al segundo se lo asocia fundamentalmente con el colectivo Tango Loco, liderado por Daniel García, lo cierto es que al no haber registros previos del formato dúo, la nueva propuesta musical resultó toda una sorpresa. Y muy agradable, por cierto. Ya desde el primer tema, Hasta pronto, el tándem se mostró como un formidable creador de atmósferas sonoras que invitan a relajarse y disfrutar, de climas que van desde mesetas de una profunda introspección hasta picos emocionales provocados por punzantes solos de guitarra que remiten al blues o al rock progresivo de los setenta.
Montesano es un guitarrista sobrio y elegante, tiene un toque preciso y delicado y saca buen partido de los pedales de efectos. Hurtado es un gigante bueno que maneja su enorme instrumento con una sutileza y una naturalidad que llevan a pensar que nacieron juntos y son el uno para el otro. Ambos establecen sobre el escenario un diálogo virtuoso que va más allá de un efectista duelo de cuerdas; una conversación donde el contrabajo no se limita a proveer la base rítmica, sino que es capaz de volar y de alternar protagonismo tanto con la guitarra eléctrica como con la acústica. De un material refinado y homogéneo –que apunta más a la creación de climas que a la melodía fácilmente recordable– rescatamos especialmente el hipnótico y conmovedor Ballena, inspirado en los sonidos que emite ese cetáceo, que junto con De las ideas redondean y justifican esos Paisajes sonoros a los que alude el nombre de este proyecto.
El set de Lilián Saba fue menos novedoso, pero no menos sustancioso. La pianista, compositora y arregladora de Benito Juárez (provincia de Buenos Aires) anticipó apenas un puñado de temas de su próximo trabajo discográfico y prefirió recostarse en un repertorio ya consolidado. Pero eso le bastó para ratificar que es una de las pianistas más destacadas de la música argentina de raíz folclórica; una escena donde – justo es señalarlo– no faltan talentos. Lilián inició su número en solitario, desgranando varios temas sin solución de continuidad, entre los que brillaron ese himno al carnaval riojano que es la Chaya del vidalero (de Ramón Navarro), El cielo de Benito (una hermosa composición propia), Las dos orillas (incluido en su próximo disco) y su conocido Malambo libre (del disco homónimo), compuesta por ella misma con originales variaciones sobre un ritmo tradicionalmente ligado al baile. A partir de allí, su habitual compañero Marcelo Chiodi sumó la magia de sus instrumentos de viento, desde los más telúricos como la quena y el sikus hasta las flautas traveseras, que aportaron un aire bucólico y sentimental y se acoplaron con la música de Lilián en un ajuste como siempre perfecto. Un ensamble que brilló en Zamba de los mineros (de Leguizamón y Dávalos), Corazón de caña, Calle de los tilos, la celestial Sol y Luna (que da nombre al último CD de la pareja) y una deliciosa versión de Garúa, el inoxidable tango de Troilo y Cadícamo, al que la travesera de Chiodi le dio el tono grave y desgarrado imprescindible en una canción que habla de abandono. La previsible sorpresa del final, como no podía ser de otra manera, llegó con todos los participantes del doble concierto sobre el escenario tocando otra página de Saba, Esquina Vallese, con una impronta más jazzística que permitió disfrutar de excelentes solos de Hurtado y Montesano, esta vez a la guitarra criolla. Digno corolario para una noche donde la elegancia, la sensibilidad y la sutileza que se echan en falta en estos tiempos volvieron felizmente a recuperar terreno.