Centro Cultural Torquato Tasso, Buenos Aires
A despecho de una ola de calor que abrasaba la ciudad y de una economía que castiga los bolsillos, el local del Torquato Tasso se vio colmado el pasado 29 de diciembre por un público ávido de escuchar a dos intérpretes de diferentes generaciones y distintas expresiones de la música argentina de raíz folclórica.
Acompañado por su guitarra y secundado por una discreta banda conformada por Javier Lozano al piano, Nico Segovia al charango y Juan Pablo Álvarez a cargo de los aerófonos, Bruno Arias comenzó un set de seis temas cantando Como las copleras, que con su estribillo repetitivo fue creando en la sala un clima festivalero donde el jujeño, formado en las peñas folclóricas y los carnavales de su provincia, parece moverse con mayor comodidad. A pesar de pertenecer a la generación más joven de músicos de raíz folclórica, Arias prefirió no tomar riesgos y se decantó por un repertorio de impronta tradicional donde –a pesar de un sonido deficiente que no le favoreció– sobresalieron sus versiones de dos temas de su coterráneo Ricardo Vilca: Guanuqueando y Misachico de Cangrejillos.
El músico que compartió discos y escenarios con artistas de la envergadura de Mercedes Sosa, Jaime Torres, Peteco Carabajal (e incluso con estrellas del rock como Charly García y el trío Divididos) cerró la primera parte de su presentación con su tema más popular, Kolla en la ciudad, que a pesar de su tono testimonial no logra evitar cierto tono panfletario de escaso vuelo. Con todo, Arias supo dejar un escenario caliente para saborear lo que se anticipaba como el plato fuerte de la noche: el bandoneonista y compositor Rodolfo Mederos al frente de un trío que completan Armando de La Vega a la guitarra y Sergio Rivas al contrabajo. Una maquinaria musical perfectamente aceitada que continúa, por otros medios, la cruzada conservacionista que lleva a cabo Mederos pero que, a diferencia del criterio que guía a su Orquesta Típica, encara una nueva visita a algunos tangos tradicionales con arreglos despojados de todo arabesco, donde no falta ni sobra nada. Y así, yendo a la esencia misma de cada tema, el trío consigue revalorizar algunas páginas amarilleadas por el paso del tiempo. Así quedó demostrado desde el inicio mismo del concierto, con la interpretación de Romance de barrio, el inolvidable vals de Troilo y Manzi, al que siguieron otros clásicos como Milonguita, de Enrique Delfino, con un arreglo sutil y emotivo; una gloriosa versión de Sur (con una larga introducción a cargo del bandoneón); otro tema de Aníbal Troilo, La trampera, con un eficaz comienzo percusivo; y hasta una muy lograda versión de un ícono de la música litoraleña del folklore argentino, el chamamé Merceditas, de Ramón Sixto Ríos, cuyo nacimiento se remonta a la década de 1940. Pero donde el redescubrimiento de los valores intrínsecos de melodías transitadas casi hasta el exceso alcanzó su punto más alto fue sin duda en una canción tan frecuentada como La pulpera de Santa Lucía, a la que el trío supo insuflarle nueva vida.
Sobre el final de la noche volvió al escenario Bruno Arias, que se sumó al trío para interpretar un puñado de temas entre los que sobresalió La añera, de Atahualpa Yupanqui. Ya despojado de su tono festivo, el cantante jujeño se mostró afiatado en el terreno del tango con una elegante versión de Trenzas, de Armando Pontier y Homero Expósito. Todo un desafío que la voz de Arias superó airosamente.
Foto: Rodolfo Mederos por Eduardo Torres