Diariofolk

Si no fuera por los estragos que ha causado la pandemia del covid, en algunas ocasiones habría que darle las gracias a la cuarentena que nos tocó vivir a mediados de 2020, ya que permitió o provocó que algunos artistas, aislados y resentidos, dieran rienda suelta a su creatividad y parieran obras inconmensurables.

Este es, sin duda, el caso de Javier Ruibal, a quien el estado de alarma debió pillar en plena racha de inspiración musical y literaria, porque intuyo que se puso a escribir y a componer como un loco, hasta acabar confeccionando un disco-libro que hay que escuchar y hay que leer, ya que cada canción va acompañada de una breve narración. Y todavía me atrevería a decir que también hay que contemplar, ya que las acuarelas de Sonia Alonso y las fotografías de Pepa Niebla y Thefoghouse aportan el complemento perfecto que redondea esta joya que es Ruibal.

La combinación entre los contenidos de la canción de autor y las formas del flamenco-pop con ramalazos de variada tradición que desde siempre ha practicado el intérprete del Puerto de Santa María, suena en este disco más fresca y libre que nunca, gracias a unas poesías musicadas que se clavan como aguijones gracias a su costumbrismo mojado en una ironía que a veces se acerca al cinismo. Y para demostrarlo no faltan los ejemplos: desde Musa a Yo soy africano y desde Música en vena a Por San Isidro llévame a bailar un chotis. Aunque yo, como resumen de todo lo expuesto, me quedo con el tema que cierra el CD, Baile de máscaras, un “vals sin partitura” con sabor nostálgico pero que describe como una acertada metáfora una triste historia de amor entre mascarillas.