Hagadá
Rosevil 2016
La historia es bien conocida, los judíos fueron expulsados de la Península ibérica en el siglo XV y en su éxodo cargaron con sus pertenencias más básicas. Entre ellas iban su cultura, su música y -dicen- las llaves de sus casas, que los descendientes de aquellos judíos sefardíes conservan más de 500 años después. En esa diáspora, sus canciones fueron absorbiendo durante siglos múltiples influencias de los países del Mediterráneo a donde llegaron, desde Grecia hasta Marruecos. Hasta aquí nada que no sepamos, nada sorprendente.
La sorpresa, la maravillosa sorpresa, llega cuando ponemos en nuestro reproductor Hagadá, el CD que recientemente ha puesto a la venta el dúo Zaruk, formado por Iris Azquinezer y Rainer Seiferth. Ella es una joven y reputada violonchelista española; él, alemán residente en España, solo un poco más mayor y no menos reputado guitarrista.
Hagadá es un trabajo excelente, un nuevo punto de vista de melodías y arreglos de algunas de las más conocidas canciones sefardíes, melodías que han pasado de generación en generación absorbiendo todos los sabores y los olores de los lugares por donde pasaban, hasta llegar a las manos de Zaruk. Ahora son presentadas por el dúo desprovistas de sus letras y con una gran libertad de interpretación, en la que reconocemos claramente la tradición de siglos y también la música clásica y el jazz. Improvisación, sensibilidad, sencillez, emoción, nostalgia… Sensaciones que van desfilando por todos los temas de Hagadá.
Redondean este producto sobresaliente las percusiones de David Mayoral, que sazonan algunos de los temas, Iris Azquinezer con su chelo, que parece cantar en algunas de las canciones (solo hay que fijarse en el comienzo del disco y la excelente versión de Las tres hermanicas), el soporte de la guitarra de Rainer Seiferth, que armoniza todo el conjunto, y las aportaciones puntuales de grandes músicos como Bill Cooley y Ravid Goldschmidt.
Debido a ese sobresaliente general, cuesta mucho decidirse por destacar alguno de los cortes del disco, pero no podemos dejar de mencionar la emocionante Adió querida, con un precioso comienzo de guitarra; la conocidísima Los guisados de berenjena y los repiqueteos del santúr de Bill Cooley entrelazándose ahora con la guitarra, ahora con el violonchelo; la más medieval Avridme galanica; la sensibilidad y delicadeza de A la nana y a la buba, donde María Berasarte pone su dulce voz a esta nostálgica canción de cuna, y La vida es un pasaje, donde los mágicos sonidos del handpan -ese sucesor del hang del que Ravid Goldschmidt es un virtuoso- parece que estuvieran creados para sonar junto al violonchelo.
El disco se cierra con una conocida canción serbia, Aide Jano, que nos deja tan buen sabor de boca que no tenemos más remedio que volver a darle al play de nuestro reproductor otra vez desde el principio. Indudablemente estamos ante una joya, una de esas escasas joyas que con cuentagotas nos llegan y nos abruman con su belleza.