Diariofolk

Los Hermanos Cubero causaron gran sorpresa con su irrupción discográfica allá por el 2010. Desde entonces, han ido afianzando su propuesta y su carrera, grabando otros tres discos, además de poner la música y protagonizar la interesante película La Muerte en la Alcarria, de Fernando Pomares, y adentrarse por derecho propio en los más variados festivales de música del país.

Más de una década después, Los Hermanos Cubero son toda una institución, y no solo dentro de su ámbito nativo, la música tradicional castellana -y más concretamente de Guadalajara- mezclada con el bluegrass americano más militante, con Bill Monroe como santo y seña. Los Cubero han sabido abrirse hueco entre otras fórmulas musicales y escenarios en principio menos propicios a su propuesta.

Ahora, cerca de tres años después del estremecedor trabajo Quique dibuja la tristeza, Los Hermanos Cubero regresan con una monumental propuesta, un disco doble. O posiblemente sería más correcto hablar de dos discos, pues estamos ante dos entregas totalmente diferentes en lo musical.

El primero de los discos lleva por título Errantes telúricos y en él encontramos a un nutrido grupo de grandes artistas de nuestra música, que han aceptado el reto de navegar por las aguas a las que les han invitado Enrique y Roberto Cubero. Porque Amaia, Cristina Rosenvinge, Rodrigo Cuevas, Carmen París, Hendrik Röver, Ara Malikian, Nacho Vegas, Josele Santiago y Rocío Márquez, entre otros, se imbuyen de la propuesta de Los Cubero para acercarse sin reparos a músicas muy diferentes a las que la mayoría de ellos practican habitualmente.

Temas tradicionales como el extremeño La rama o La boda y el entierro nos muestran cómo es posible llevar a intérpretes pop hasta ancestrales canciones tradicionales y que el resultado sea sencillamente excepcional.

Es difícil no adjudicar el adjetivo excelente a cualquiera de los cortes de este disco, ya sean temas tradicionales o composiciones actuales, pero algunas de ellas destacan sobre el alto nivel del disco: Problemas a los problemas (composición de Roberto Cubero) interpretada junto a Josele Santiago; esa especie de corrido mejicano llamada Llama encendida e interpretada junto al inefable Rodrigo Cuevas; Como mis pesares, que cantan junto a Carmen París, y en mi opinión el punto álgido de Errantes telúricos: la estremecedora Canción para un final, canción para un principio, junto a la grandísima Rocío Márquez.

En suma, un disco que es una verdadera joya y del que únicamente nos inquieta su dificultad para llevarlo al directo.

Y todavía nos queda el otro disco de este afortunado tándem, tan diferente y tan complementario: Proyecto Toribio.

Si en Errantes telúricos encontrábamos una deslumbrante nómina de artistas provenientes en su mayoría de otros estilos, en este nos encontramos otro grupo de excelentes colaboradores de un mundo musical más cercano a la tradición y al folk: Blanca Altable, Jaime del Blanco, Diego Galaz, Paula Gómez, Begoña Riobó, Javier Román “El Niñu”, María San Miguel y Águeda Sastre, todos ellos excelentes violinistas.

Proyecto Toribio rinde homenaje con diez piezas instrumentales a Toribio del Olmo, violinista de Algora, Guadalajara, y reputado intérprete de la primera mitad del siglo XX, cuyo legado fue recogido en grabaciones de campo hace décadas y permanecía injustamente olvidado.

El disco festeja y reivindica el violín como instrumento tradicional de ronda y baile en la provincia de Guadalajara, con las colaboraciones ya mencionadas de algunos de los mejores violinistas folk del momento actual. Jotas, foxtrot, pasodobles, pasacalles y otros ritmos pueblan un disco con un sonido tradicional, pasado por el tamiz de Roberto y Enrique Ruiz Cubero.

Un doble disco que nos permite elegir dos caras de la misma moneda y, apostemos por la que apostemos, salir siempre ganando.